Hay quien podría decir que al crimen organizado lo controlan mejor los gobiernos que tienen mucha tolerancia con la corrupción. Esto le ha pasado a México y podría haber pasado con la provincia de Santa Fe. El narcotráfico floreció con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido enquistado en el estado mexicano durante siete décadas, en las que una trama de corrupción administraba los mercados ilegales. Pero explotó con el comienzo de la democracia mexicana, en el 2000, tras la victoria del Partido de Acción Nacional (PAN), primero con Vicente Fox y luego, a partir del 2006, con Felipe Calderón. La densa trama de acuerdos ilegales e inmorales con la que el PRI gobernaba México, comenzó a entrar en crisis. Parece que los recién llegados tienen claro que no pueden relegitimar las tramas de corrupción existentes –para eso además los votaron- pero no tienen políticas alternativas y firmes de seguridad pública.
Hoy, en Rosario, la tercera ciudad de Argentina en población y la segunda en PBI urbano, altos funcionarios judiciales afirman en forma confidencial que la llegada del socialismo al gobierno provincial provocó la ruptura del “doble pacto”. Este se refería a que policías provinciales tenían un acuerdo con sectores de la política y con bandas criminales para administrar el delito. La llegada del socialismo repudió ese pacto ilegal e inmoral, pero no parece haber tenido una política alternativa. De esa forma, se descontroló el crimen organizado, pues ya no tenía sectores políticos poderosos dispuestos a pactar su reconocimiento a cambio de cierta moderación en sus prácticas, todo aceitado con una fluida circulación de billetes. Además, también parece haberse perdido ese rol moderador que los políticos habrían tenido en los conflictos internos de las bandas criminales.
Alfredo Corchado es uno de los periodistas que mejor conoce el narcotráfico en México. Nacido en un pueblo de la frontera en México, hijo de un bracero que vivía la mayor parte del año en California cosechando algodón y tomates, emigró con su familia a Eagle Field, que había sido un campo de concentración para japoneses. Este hijo del pueblo más pobre de un estado pobre se convirtió en Estados Unidos en un sofisticado periodista.
Hoy Corchado informa sobre narcotráfico desde el Dallas Morning News y es uno de los periodistas más reconocidos y creíbles sobre el tema. El espera que haya una reacción. Como buen periodista, a pesar de lo que vio, de lo que vivió, y de lo que sintió, tiene esperanza y cree en “la promesa de un nuevo día” para México. Cuando el mensajero no trae esperanza, no es un buen mensajero. Es de buenos periodistas hurgar hasta encontrar una luz, en vez de simplemente describir el infierno en forma exhaustiva.
Si la alternativa a ese doble pacto de convivencia de los criminales, con políticos y policías, es solamente la guerra total, como la encaró el presidente mexicano Felipe Calderón, el resultado es un lago de sangre: hubo muchas decenas de miles de muertos, y todavía no ha terminado el conteo. Los gobiernos democráticos de América Latina llegaron al poder por oposición a las dictaduras que los precedieron en la mayor parte de los países, pero en general fueron tibios y ambiguos en su gobierno efectivo sobre las fuerzas de seguridad y de inteligencia, los que habían sido uno de los puntales de aquellas dictaduras. Por lo tanto, así como las transiciones a la democracia hicieron crecer a las sociedades civiles, también creció la sociedad incivil, y en algunos casos comenzó a desbordar la capacidad del estado de mantenerla acotada. La seguridad democrática sigue siendo una de las grandes materias pendientes en la región.
Corchado acaba de publicar un libro Medianoche en México. El descenso de un periodista a las tinieblas de su país. Es una historia personal, profesional y política, que atraviesa las distintas cicatrices de la frontera. De una cuna pobre en un país poco igualitario, hoy es habitué de los ambientes más aristocráticos de ese mismo país. Es mexicano en Estados Unidos y gringo en México. Toda esa tensión vital está en su texto. Muchos de los narcos que investiga son también de su generación. Nada de lo que ellos vivieron le es ajeno. Desde su infancia le dijeron que “todos los mexicanos tenemos un poquito del PRI dentro” para legitimar ese status quo con una supuesta identidad cristalizada, lo que llevó al final al vaciamiento de México con millones de emigrantes hacia el norte, miles de los cuales murieron solamente al intentar cruzar esa línea cuando los controles fronterizos se hicieron más duros.
Con fuerza literaria, Corchado describe el elenco de personajes de una novela de no ficción: los narcos más sanguinarios, los agentes dobles y triples infiltrados, las voceras de los capos, los sicarios, los periodistas, editores y policías, políticos y funcionarios judiciales, que hablan con frases cortas, eufemismos bilingues y gestos ambiguos. Finalmente no es solo una tierra de nadie, sino que nadie sabe efectivamente lo que pasa, pero actúan como si lo supieran. Lo único real y verificable es la cantidad de dinero y de sangre que fluye en forma descomunal.
Para todos es obvio que en el interior de Estados Unidos hay más narcotráfico que en México, pero el principal periodismo del mundo no investiga el mercado local. Revisando los Premios Pulitzer, casi no hay investigaciones premiadas del narcotráfico en suelo estadounidense. No importa si es el cartel de Sinaloa o el de Palm Beach, pero se dedican a lo mismo. Un gran banco inglés, el HSBC, se reconoció culpable por no controlar lo suficiente las operaciones de lavado de dinero y fue multado en casi dos mil millones de dólares. Mientras tanto, el periodismo mexicano está enterrado vivo, como le decía a Corchado su amigo Ramón Cantú, director del diario de su familia, La Mañana de Nuevo Laredo. Cantú escribió una carta pública a los narcos pidiéndoles instrucciones claras para poder sobrevivir mientras ejercía el periodismo. La cultura narco es también una etapa superior de la crueldad. La estética audiovisual alqaediana de los videos de tortura, decapitación y mutilaciones, estalló en México en los últimos años, y bloqueó de miedo a la sociedad al mismo tiempo que atrajo al periodismo del mundo.
Un narco, que duerme en un auto, protegido por doscientos sicarios, con quince niveles de seguridad, y con policías y funcionarios comprados, incluso de Estados Unidos, es una historia imperdible. Para narrar esa trama hay que usar a las fuentes y ser usado por ellas, y eso se hace sentado en el borde del abismo, pero luego hay que bancarse las amenazas. El periodista envía mensajes de los agentes a los narcos, entre narcos, a las autoridades y desde las autoridades. Todos los actores de la guerra leen en ese registro indirecto, donde finalmente este cronista de la guerra tiene ciudadanos a los que quiere servir, que además forman parte de un país que él quiere contribuir a despertar.
Corchado, que estuvo en Rosario invitado por el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) dijo, en una entrevista de Gerardo Young para La Nación, que no esperemos en Argentina a que empiece a haber decapitados en la avenida 9 de Julio.
Solo la fuerza de una sociedad civil puede encuadrar a los políticos. Y solo los políticos pueden encuadrar al poder judicial y a la policía para que este encuadre al crimen organizado. Pero la sociedad necesita que alguien la despierte, que la convenza de que es inaceptable –de verdad y no de discurso- la presencia masiva del narcotráfico. Dublin tuvo una historia parecida con la periodista Verónica Guerin. Después de tolerar el narcomenudeo en la ciudad, esa periodista se cansó de ver que a la vista de todo el mundo les vendían droga a los adolescentes y jóvenes que caían en el pantano de la adicción. Guerin se enfrentó con ellos y fue asesinada, y fue recién allí cuando la sociedad despertó y consideró inaceptable tener esa mafia enquistada en su entraña.
Hoy hay periodistas amenazados en Rosario, en Entre Ríos y en Córdoba, de la misma forma que lo fueron antes en Irlanda, Colombia o México. La indignación es una fuerza política imparable, pero no sirve si es tardía.