Archivo de la categoría: Crimen organizado

Se puede seguir ignorando el drama del narco o se puede leer a Daniel Enz

¿Qué es un periodismo desequilibrado? Uno que tiene cien periodistas opinólogos por cada periodista como Daniel Enz.

Acabo de terminar su último libro, Las cenizas del narco. Lo que destruyó el narcotráfico. Historias de violencia, poder, política y negocios (2018), el que además lleva un gran prólogo de Mariel Fitz Patrick.

Es una descripción precisa del cáncer del narcotráfico en una provincia, Entre Ríos. La lectura es espeluznante. Y peor es aún si pensamos que, con sus variaciones, situaciones similares se deben dar en varias provincias argentinas, pero casi nadie las describe.

Enz describe las tramas mafiosas de los últimos jefes narcos de Paraná:

  • ”Las estructuras están sin su conductor en libertad, pero prácticamente intactas” (25).
  • “La clase política sigue ignorando el aniquilamiento de generaciones de pibes en por lo menos 20 barrios de Paraná” (18).
  • “Ese jovenzuelo venderá droga primero, será su prioridad de vida; tendrá una chuza o sevillana inicialmente como arma de defensa y, llegará luego a la pistola reglamentaria, en la misma edad en que antes la prioridad era tener inflada la pelota para jugar al fútbol en la calle o salir a la calle a competir con su bicicleta en la cuadra de esa zona” (17).
  • “El sistema funciona muy aceitado y da pena. El subjefe narco convence al pibe de 11 o 12 años que vendiendo droga va a tener su propia plata, para comprarse un celular de última generación, las zapatillas más caras o la versión más reciente de Play Station. El chico deja la escuela en abril o mayo, le proveen de un arma y chaleco antibalas; vende, consume y vuela por las nubes; se aísla y no tiene que lidiar con los problemas terrenales…” (26).
  • “Para una escuela, el chico que matan o se suicida queda como que abandonó, que no terminó el ciclo lectivo. El establecimiento educacional no informa de esa situación. Debe mantener la cifra y por ende dibuja el número de asistentes antes el CGE, para no perder la matrícula ni descender de categoría” (20).
  • “Los soldaditos van cooptando chicos y ejercen una fuerte influencia. Una madre acudió preocupada a la conducción de la escuela, para contar que su hijo, que era un pibe brillante en la primaria y nunca había tenido problemas de conducta, de un día para el otro le robó el celular y con eso compró droga. Cuando logró sacarle al hijo qué le estaba pasando, el pibe se sinceró: una bandita del barrio lo agarró un día de siesta, al salir de clases y lo amenazaron. ‘Si no querés que te peguemos, tenés que robarle a alguien el celular, y entregárnoslo a cambio de droga’, le dijeron. El pibe cumplió con lo advertido y tomó cocaína por primera vez. Y dejó de ser el chico que era” (35).

De acuerdo a la descripción increíblemente detallada de Enz, cada sector político tiene su conexión narco, desde el exgobernador hasta el actual intendente de Paraná. Los capítulos que describen esa trama son una perla y posiblemente son un modelo de la relación entre la política y el crimen organizado en otras zonas del país y de América Latina.

Enz describe la trama actual del narcotráfico, incluso anticipando quiénes pueden ser los futuros jefes. Y también describe donde están las principales falencias estatales para que la hidra siga creciendo:

-“la situación se irá profundizando en la medida que no se fortalezca una mayor coordinación entre la Policía de Entre Ríos, la Policía Federal, y claro está, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval Argentina. Del mismo modo, se requiere de una unificación de criterios entre la Justicia Provincial y la Federal. Y si a esta falta de coordinación se le adosa la escasa asignación de recursos humanos y tecnológicos, se comprenderá mejor por qué Entre Ríos es uno de los territorios elegidos para el desembarco del narcotráfico” (316).

Es una cobertura difícil la que Enz realiza en soledad sobre esa trama mafiosa.  Por eso es necesario ampliar la cantidad de periodistas que contribuyen a describir ese cáncer que destruye la sociedad, tanto en Entre Ríos como en el resto del país.

 

Tragedia mexicana II

El periodista Luis Cardona estaba investigando los secuestros de jóvenes. Llego a contar 15. El siguiente fue él. Y después de sobrevivir de milagro contó su secuestro en este video animado: «Soy el número 16«.

Sérpico y el periodismo

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La famosa película Sérpico, protagonizada por Al Pacino, es la historia de un policía que denunció esquemas de corrupción en la policía de Nueva York. Y en ese proceso, que fue durísimo, uno de los hitos clave fue cuando el policía, junto con otros dos colegas,  se pusieron en contacto con un periodista, David Burnham,  y este inició una serie de artículos en The New York Times.

El comienzo del artículo era lapidario: «Narcotics dealers, gamblers and businessmen make illicit payments of millions of dollars a year to the policemen of New York, according to policemen, law-enforcement experts and New Yorkers who make such payments themselves».

Ese artículo (original) se publicó el 25 de abril de 1970. Y Sérpico y sus colegas habían denunciado la corrupción internamente desde 1967, incluso también ante asesores cercanos al alcalde de la ciudad, pero nada pasaba.

Por supuesto, apenas se enteraron que el diario estaban por publicar una investigación de seis meses sobre el tema, comenzó el proceso de formación de comisiones, y se creó una comisión parlamentaria, la Knapp Commission, para investigar las denuncias. Lo cambiaron al área de Narcotráfico y al poco tiempo fue baleado por un criminal en la cara, al no tener apoyo de sus colegas policías.  Quedó sordo del oído derecho y con esquirlas en la cabeza. Al año siguiente, se retiró de la fuerza policial.

Hasta ahora, nunca la Policía de Nueva York le realizó un homenaje, ni lo han convocado a dar conferencias a sus escuelas de formación. La medalla al mérito se la dieron sin ninguna ceremonia, «como si fuera un paquete de cigarrillos», dice Sérpico, quien vive  a dos horas de Nueva York, en una muy pequeña casa sobre el río Hudson.

El periodista Burnham, abogado egresado de Harvard, escribió un paper muy interesante sobre su experiencia en la cobertura de la corrupción en grandes instituciones, y explica el caso Sérpico (Paper de Durnham)

Narco: medianoche en México, ¿atardecer en Rosario?

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Hay quien podría decir que al crimen organizado lo controlan mejor los gobiernos que tienen mucha tolerancia con la corrupción. Esto le ha pasado a México y podría haber pasado con la provincia de Santa Fe. El narcotráfico floreció con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido enquistado en el estado mexicano durante siete décadas, en las que una trama de corrupción administraba los mercados ilegales. Pero explotó con el comienzo de la democracia mexicana, en el 2000, tras la victoria del Partido de Acción Nacional (PAN), primero con Vicente Fox y luego, a partir del 2006, con Felipe Calderón. La densa trama de acuerdos ilegales e inmorales con la que el PRI gobernaba México, comenzó a entrar en crisis. Parece que los recién llegados tienen claro que no pueden relegitimar las tramas de corrupción existentes –para eso además los votaron- pero no tienen políticas alternativas y firmes de seguridad pública.

Hoy, en Rosario, la tercera ciudad de Argentina en población y la segunda en PBI urbano, altos funcionarios judiciales afirman en forma confidencial que la llegada del socialismo al gobierno provincial provocó la ruptura del “doble pacto”. Este se refería a que policías provinciales tenían un acuerdo con sectores de la política y con bandas criminales para administrar el delito. La llegada del socialismo repudió ese pacto ilegal e inmoral, pero no parece haber tenido una política alternativa. De esa forma, se descontroló el crimen organizado, pues ya no tenía sectores políticos poderosos dispuestos a pactar su reconocimiento a cambio de cierta moderación en sus prácticas, todo aceitado con una fluida circulación de billetes. Además, también parece haberse perdido ese rol moderador que los políticos habrían tenido en los conflictos internos de las bandas criminales.

Alfredo Corchado es uno de los periodistas que mejor conoce el narcotráfico en México. Nacido en un pueblo de la frontera en México, hijo de un bracero que vivía la mayor parte del año en California cosechando algodón y tomates, emigró con su familia a Eagle Field, que había sido un campo de concentración para japoneses. Este hijo del pueblo más pobre de un estado pobre se convirtió en Estados Unidos en un sofisticado periodista.

Hoy Corchado informa sobre narcotráfico desde el Dallas Morning News y es uno de los periodistas más reconocidos y creíbles sobre el tema. El espera que haya una reacción. Como buen periodista, a pesar de lo que vio, de lo que vivió, y de lo que sintió, tiene esperanza y cree en “la promesa de un nuevo día” para México. Cuando el mensajero no trae esperanza, no es un buen mensajero. Es de buenos periodistas hurgar hasta encontrar una luz, en vez de simplemente describir el infierno en forma exhaustiva.

Si la alternativa a ese doble pacto de convivencia de los criminales, con políticos y policías, es solamente la guerra total, como la encaró el presidente mexicano Felipe Calderón, el resultado es un lago de sangre: hubo muchas decenas de miles de muertos, y todavía no ha terminado el conteo. Los gobiernos democráticos de América Latina llegaron al poder por oposición a las dictaduras que los precedieron en la mayor parte de los países, pero en general fueron tibios y ambiguos en su gobierno efectivo sobre las fuerzas de seguridad y de inteligencia, los que habían sido uno de los puntales de aquellas dictaduras. Por lo tanto, así como las transiciones a la democracia hicieron crecer a las sociedades civiles, también creció la sociedad incivil,  y en algunos casos comenzó a desbordar la capacidad del estado de mantenerla acotada. La seguridad democrática sigue siendo una de las grandes materias pendientes en la región.

Corchado acaba de publicar un libro Medianoche en México. El descenso de un periodista a las tinieblas de su país. Es una historia personal, profesional y política, que atraviesa las distintas cicatrices de la frontera. De una cuna pobre en un país poco igualitario, hoy es habitué de los ambientes más aristocráticos de ese mismo país. Es mexicano en Estados Unidos y gringo en México. Toda esa tensión vital está en su texto. Muchos de los narcos que investiga son también de su generación. Nada de lo que ellos vivieron le es ajeno.  Desde su infancia le dijeron que “todos los mexicanos tenemos un poquito del PRI dentro” para legitimar ese status quo con una supuesta identidad cristalizada, lo que llevó al final al vaciamiento de México con millones de emigrantes hacia el norte, miles de los cuales murieron solamente al intentar cruzar esa línea cuando los controles fronterizos se hicieron más duros.

Con fuerza literaria, Corchado describe el elenco de personajes de una novela de no ficción: los narcos más sanguinarios, los agentes dobles y triples infiltrados, las voceras de los capos, los sicarios, los periodistas, editores y policías, políticos y funcionarios judiciales, que hablan con frases cortas, eufemismos bilingues y gestos ambiguos. Finalmente no es solo una tierra de nadie, sino que nadie sabe efectivamente lo que pasa, pero actúan como si lo supieran. Lo único real y verificable es la cantidad de dinero y de sangre que fluye en forma descomunal.

Para todos es obvio que en el interior de Estados Unidos hay más narcotráfico que en México, pero el principal periodismo del mundo no investiga el mercado local. Revisando los Premios Pulitzer, casi no hay investigaciones premiadas del narcotráfico en suelo estadounidense. No importa si es el cartel de Sinaloa o el de Palm Beach, pero se dedican a lo mismo. Un gran banco inglés, el HSBC, se reconoció culpable por no controlar lo suficiente las operaciones de lavado de dinero y fue multado en casi dos mil millones de dólares. Mientras tanto, el periodismo mexicano está enterrado vivo, como le decía a Corchado su amigo Ramón Cantú, director del diario de su familia, La Mañana de Nuevo Laredo. Cantú escribió una carta pública a los narcos pidiéndoles instrucciones claras para poder sobrevivir mientras ejercía el periodismo. La cultura narco es también una etapa superior de la crueldad. La estética audiovisual alqaediana de los videos de tortura, decapitación y mutilaciones, estalló en México en los últimos años, y bloqueó de miedo a la sociedad al mismo tiempo que atrajo al periodismo del mundo.

Un narco, que duerme en un auto, protegido por doscientos sicarios, con quince niveles de seguridad, y con policías y funcionarios comprados, incluso de Estados Unidos, es una historia imperdible. Para narrar esa trama hay que usar a las fuentes y ser usado por ellas, y eso se hace sentado en el borde del abismo, pero luego hay que bancarse las amenazas. El periodista envía mensajes de los agentes a los narcos, entre narcos, a las autoridades y desde las autoridades. Todos los actores de la guerra leen en ese registro indirecto, donde finalmente este cronista de la guerra tiene ciudadanos a los que quiere servir, que además forman parte de un país que él quiere contribuir a despertar.

Corchado, que estuvo en Rosario invitado por el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) dijo, en una entrevista de Gerardo Young para La Nación, que no esperemos en Argentina a que empiece a haber decapitados en la avenida 9 de Julio.

Solo la fuerza de una sociedad civil puede encuadrar a los políticos. Y solo los políticos pueden encuadrar al poder judicial y a la policía para que este encuadre al crimen organizado. Pero la sociedad necesita que alguien la despierte, que la convenza de que es inaceptable –de verdad y no de discurso- la presencia masiva del narcotráfico. Dublin tuvo una historia parecida con la periodista Verónica Guerin. Después de tolerar el narcomenudeo en la ciudad, esa periodista se cansó de ver que a la vista de todo el mundo les vendían droga a los adolescentes y jóvenes que caían en el pantano de la adicción. Guerin se enfrentó con ellos y fue asesinada, y fue recién allí cuando la sociedad despertó y consideró inaceptable tener esa mafia enquistada en su entraña.

Hoy hay periodistas amenazados en Rosario, en Entre Ríos y en Córdoba, de la misma forma que lo fueron antes en Irlanda, Colombia o México. La indignación es una fuerza política imparable, pero no sirve si es tardía.

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Usos y gratificaciones de los medios, según Pablo Escobar

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Es un testimonio único. Después de la cantidad de libros que han salido sobre las mafias del narcotráfico, es realmente notable la historia contada por el hijo del mafioso más famoso de la historia de América Latina. Una historia muy bien contada que hace por demás increíble la vida de la familia Escobar-Henao, que ya de por sí era una película de ciencia ficción. Se llama Pablo Escobar, mi padre. Las historias que no deberíamos saber (Planeta, Buenos Aires, 2014).

Hay varios comentarios en el testimonio de Juan Pablo Escobar que ayudan a explicar la relación con el periodismo que tenía su padre, el megacriminal Pablo Escobar.

De hecho, una de sus primeras empresas creadas para tapar sus negocios ilícitos fue nada menos que una productora de televisión, Antioquía al Día, en Medellín. Era «una programadora regional de televisión con noticiero incluido, que mi padre compró para meterse de lleno en los medios de comunicación y el periodismo, que le apasionaban. Esa era la fachada, porque en la parte de atrás funcionaba una oficina del crimen de mi padre» (p. 180).

1. Los periodistas eran enemigos. La relación con El Espectador fue crítica desde el principio. Su director, el gran Guillermo Cano, fue quien terminó con la fugaz carrera política de Escobar, quien había asumido como legislador suplente en la cámara de diputados de la Nación. Cano descubrió en el archivo de su diario, una noticia policial de 1976, donde aparecía la detención del mafioso por tráfico de drogas. El había querido borrar todo ese proceso judicial, pero un periodista lo rescató y lo hizo público. El 25 de agosto de 1983, El Espectador publicó en primera página la noticia de que en marzo de 1976 Pablo Escobar había sido detenido junto a tres personas con pasta base de coca. En enero de 1984 Escobar, revelado públicamente como narcotraficante, se “retiró” de la actividad política.

Escobar nunca se lo perdonó. Lo mató años después, tras una editorial crítica de El Espectador, el que estaba a favor de la extradición de los narcotraficantes colombianos a los Estados Unidos. Esa era la gran batalla política que Escobar y los grandes narcos estaba realizando contra el estado colombiano.

2. Secuestrar periodistas o atentar contra medios permitía amplificar la repercusión de un hecho violento y dar más visibilidad a un mensaje al estado.  Su forma de negociar era aumentar los niveles de violencia, incluyendo también ataques contra la prensa. En la selección de sus objetivos para secuestrar y presionar al estado, Escobar tenía en cuenta el perfil mediático de su víctima. Eso se tuvo en cuenta en el secuestro de Andrés Pastrana, líder político del Partido Conservador y también periodista muy conocido. Pastrana fue liberado por las autoridades en lo que fue un fracaso de Escobar. Pastrana fue luego presidente de Colombia de 1998 al 2002. El pico de ese uso de la violencia contra los periodistas para presionar al estado fue cuando al mismo tiempo tenía secuestrada a la periodista Diana Turbay, a un equipo de un noticiero, y a Francisco «Pacho» Santos, jefe de redacción del principal diario del país, Tiempo. Era una estocada a fondo para negociar con el entonces presidente César Gaviria las condiciones de detención en Colombia para evitar la extradición a Estados Unidos.

3. Los periodistas arruinan las negociaciones secretas. En el testimonio del hijo del mafioso también se ve cómo en dos momentos en los cuáles hubo negociaciones entre la mafia y las autoridades, las dos veces las negociaciones quedaron truncas por la revelación que hicieron los diarios. En primer lugar, El Tiempo de Bogotá (p. 253), y luego, en otra oportunidad, La Prensa,  de la familia Pastrana (p. 306).

4. Los medios servían para tener voz pública. En medio del conflicto, Escobar incluso elaboró un proyecto de un diario, que se iba a llamar Fuerza. Hicieron números ceros, pero finalmente nunca salió.

5. Los periodistas servían para protegerse. En varias ocasiones, Pablo y su familia recurrían a los medios para protegerse frente a la asociación entre el bloque de búsqueda y las mafias enemigas. Tenían siempre a disposición los teléfonos directos de los periodistas más importantes del país para poder recurrir a ellos en momentos críticos. En una oportunidad, Pablo Escobar tuvo una conversación privada por teléfono con tres de los más importantes periodistas del país, incluido el director de Tiempo, diario más importante de Colombia, Enrique Santos Calderón. En varios momentos de su fuga, tanto Escobar como su hijo ofrecían notas y reportajes a periodistas para que estos los filmaran, o los protegieran con su presencia. También en varias conversaciones con funcionarios estatales, amenazaron con contar cosas a los periodistas.

En definitiva, como siempre ocurre, son muy variados los «usos y gratificaciones» de los medios para el crimen organizado.

Antioquia al dia

Luchar contra la mafia desde una radio. I Cento passi (Cien pasos)

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Esta es una historia real de la mafia italiana y los medios contada por una película del año 2000, dirigida por Marco Tullio Giordana.

Peppino Impastato, el hijo de una familia mafiosa, se hace militante político y lucha contra la mafia. A medida que va creciendo va construyendo una conciencia crítica, junto a grupos de la izquierda clásica y de otros con las ideas sesentistas y setentistas de expansión de las libertades personales.  Lo interesante, desde el punto de vista de este blog, es que en un momento él (Peppino Impastato) decide llevar su militancia  y su voz en Cinisi, un pueblo de Sicilia, a un nivel más alto, y para ello funda una radio, Radio Aut. Esta se convierte en una fuente esencial de relato alternativo al tradicional, que era temeroso y respetuoso de la estructura mafiosa. Peppino habla de ese pequeño como una “mafiópolis”. Es la historia de cómo se construyó una voz pública poderosa, a través de un medio de comunicación. Esa radio tenía la fuerza política de un movimiento. Quería hacer política profunda, debilitar los consensos culturales que había construido históricamente la tradición mafiosa, reemplazar ese sentido común del pueblo siciliano por un cuestionamiento al delito y al crimen como forma de desarrollarse y solucionar los conflictos. Ese medio era una forma de hacer política, como suelen ser siempre los medios pero a muchos les cuesta aceptar, como si eso fuera degradante. Querer influir, tener poder social, nunca es degradante de por sí. El problema es para qué y cómo se quiere acumular esa influencia. Al final, Peppino decide presentarse a las elecciones. Pero el día anterior lo matan. Es una historia real de uno de los tantos crímenes políticos del sur de Italia. La película completa. Y acá un audio del Impastato verdadero, denunciando a la mafia desde Radio Aut: http://www.youtube.com/watch?v=I5XTj72skCc

Vidas robadas

Hoy hablamos de las «víctimas» y su relación con el periodismo, y cómo el proceso político democrático se va transformando a medida que las víctimas presionan. Fíjense en este fragmento de Vidas Robadas cómo los «representantes de las víctimas» utilizan los medios -en este caso «los diarios»- para forzar a las instituciones -en este caso a la policía- a funcionar mejor. El objetivo es lógicamente visibilizar la injusticia para que la sociedad y el Estado se comprometan en la solución. Tienen que ver desde el minuto 2.32 hasta el 4. 05.