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Albert Camus, periodista de derechos

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Albert Camus fue uno de los referentes intelectuales del siglo XX que más nos puede ayudar en este siglo. Nació en la Argelia francesa y, en plena Segunda Guerra Mundial, se instaló en Francia desde donde hizo primero periodismo clandestino y luego se convirtió en uno de los refundadores de la profesión en ese país, tras la ocupación nazi. ”Contar mal las cosas es aumentar las desgracias del mundo”, escribió el periodista y escritor. En el libro de María Santos-Sainz, Albert Camus, periodista. De reportero en Argel a editorialista en Paris (Libros.com, Salamanca, 2016) se describen las sucesivas etapas de la carrera profesional hasta su temprana muerte, y luego su influencia sobre la actualidad. “Nadie a mi alrededor sabía leer. Tenga eso en cuenta”, le gustaba decir a Camus, quién había nacido en la pobreza en la Argelia colonial, y la tuberculosis lo acompañó toda su vida. Su labor periodística en su país natal lo convirtió en un defensor de derechos, en primer lugar de los más pobres. Decía: ”la memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también en el tiempo, con una vida uniforme y gris”. Pero sabía de la dignidad de los humildes: ”ante mi madre siento que pertenezco a un noble linaje: el que no envidia nada”. Su padre murió en una de las primeras batallas de la Primera Guerra: “cuando le movilizaron, mi padre nunca había visto Francia. La vio y lo mataron. Es lo que una humilde familia como la mía aportó a Francia”. Su ideal era que Argelia continuará siendo francesa pero que se hiciera republicana. Desde 1943 fue parte de la resistencia francesa contra los nazis. Era lector de la editorial Gallimard de día y de noche era editor de Combat, la publicación que distribuía la resistencia. Tras la liberación se convirtió en uno de los periodistas más importantes de Francia. Fue Premio Nobel de Literatura en 1957 por obras como La Peste o El Extranjero. Camus fue un líder de opinión que se enfrentó a las dictaduras de todo tipo, incluso cuando las comunistas resultaban populares para los intelectuales en París. Su debate más famoso fue contra Jean Paul Sartre, y es posible que la historia lo haya confirmado como el ganador. Defensor de la democracia, apoyo a los republicanos en la Guerra Civil española. Hizo alguna colaboración en la revista argentina libertaria Reconstruir. Le mandaron un cuestionario sobre la cuestión internacional y respondió, y lo publicaron después de su muerte. También la editorial Reconstruir le editó el libro Ni Víctimas, Ni Verdugos. En uno de sus viajes a Paris, Hannah Arendt quiso encontrarse con Camus al que calificó como “el mejor hombre de Francia”. Uno de los principales medios de Francia, Mediapart, tiene a Albert Camus como su inspirador. Su fundador, Edwy Plenel, sacó un libro titulado Combate por la prensa libre, donde registra esa influencia. Camus, por su parte, fue muy influenciado por Simone Veil, quien entre otras cosas fue periodista en la Guerra Civil española y narradora de mundo obrero francés.  El texto más fuerte de Camus sobre periodismo es un manifiesto que le censuraron en Argelia, que fue recuperado por Le Monde en 2012. Es una voz que les sirve a los periodistas actuales, muchos de los cuáles sienten frustraciones por su poco impacto profesional: ”la historia tendrá en cuenta o no estos esfuerzos. Pero en todo caso se habrán hecho”.

Periodismo y mercados (dame un espejismo que pueda creer)

No sólo yo tengo una comprensión limitada de lo que está pasando en una economía en crisis. No se enojen, pero ustedes también. Esto incluye al Gobierno, al Fondo Monetario Internacional y a los principales opinadores del día. No lo digo yo, sino varios de los mejores economistas mundiales, quienes sostienen que, en esta neblina, es el entrenamiento de nuestro instinto lo que compensa la falta de información.

Las crisis son todas diferentes y así hay que trabajarlas. Se ha dicho que los generales pelean la guerra de acuerdo a la guerra anterior. Si no hubiese habido una brutal y difícil de explicar Primera Guerra Mundial, es posible que quienes negociaron en 1938 en Múnich con Adolf Hitler hubiesen sido más duros. Pero en su cabeza tenían las imágenes de aquella masacre, y por lo tanto su objetivo era evitar que se repitiera, lo que los llevó a ser débiles frente a Hitler.

La última crisis siempre funciona como horizonte de referencia. En economía, nuestra historia comienza en 2001. No importa el Rodrigazo de 1975, la crisis bancaria de 1981 o la hiperinflación de 1989. Eso es prehistoria, que no está incorporada al horizonte de comprensión de los agentes económicos.

Cuando hay horizontes temporales cortos, la economía es volátil y transitoria, y crece la influencia del periodismo. Estudié la historia del influyente diario Ámbito Financiero desde 1976 a 2001, viendo cómo recorría ese medio la montaña rusa argentina. La conclusión principal fue que en la economía, como en todo comportamiento humano, son tan importantes las palabras como los números.

La mano invisible de la economía no son los indicadores, sino la interpretación que hacemos de ellos. Y eso va construyendo un clima de mercado que es el ambiente en el que los agentes económicos toman sus decisiones. La suma de esas acciones construye los indicadores. Todos contribuimos en distinto grado a ese clima, pero nadie lo controla. Cada uno con diferente comprensión de lo que pasa, pero todos votan en los mercados.

Memoria y destino

Quienes estudian el periodismo y la economía notan que la noticia es el cambio de corto plazo de los indicadores, y no sus niveles absolutos. Explican que, como es muy difícil reflejar el estado de situación de una economía grande y compleja, nos guiamos por pocos indicadores. Y reaccionamos ante esas noticias no tanto por cómo estamos hoy sino por hacia dónde podemos ir, un destino en el que la memoria social de la última crisis funciona como un campo magnético. Ya sabemos que la economía puede llegar a ser tan volátil que la alarma activa el incendio, y no al revés.

En ese clima y en sus cambios, las palabras y las imágenes influyen mucho. Cuando actores influyentes hablan de “caída”, “desplome” o “parto de muerte”, las expresiones tienen efectos climáticos.

Recordemos que la salida de la convertibilidad fue mucho más traumática porque la política no supo contenerla. Las voces críticas pedían una devaluación del 20 por ciento, no del 300 por ciento como llegó en 2002. Por eso, están las crisis y lo que nosotros hacemos con ellas. En Argentina, nuestra forma de resolverlas es potenciar su efecto destructivo.

El economista argentino Daniel Heymann dice que suele haber “fallas de coordinación” que ocurrirían cuando a un gobierno le resulta “difícil prever el comportamiento del sector privado porque este encuentra difícil prever las acciones del gobierno”.

Entonces, en este juego de espejos deformados, la exageración es parte de la política económica, pero no falta quien toma esa exageración de modo literal. Si llamar al FMI era una forma de sobreactuar para asegurar la fortaleza, puede haber tenido un efecto de comunicar que la situación era más precaria de lo esperado.

Por supuesto, si las expectativas son negativas, las buenas noticias de la economía tienden a ser invisibles y las malas ocupan todo el escenario. Como siempre, el pesimismo oscurece el lado positivo de la vida, y el optimismo hace lo inverso.

Esto nos lleva a un escenario donde la excesiva convicción en las herramientas de salida es una simulación o un autoengaño, pues nadie puede saber qué va a funcionar. El problema es que las convicciones rígidas –aunque incomprobables– de los opinadores condicionan el clima del mercado y restringen el margen de maniobra de los funcionarios. Así, la crisis produce un casting de salvadores lúcidos que se amontonan para describir la torpeza de los funcionarios. Si la tribuna se dedica a castigar al timonel, será difícil que tenga fuerza para estabilizar el barco. Están tirando bengalas en una estación de servicio.

De esta forma, una crisis de inflación se convierte en una inflación de la crisis, donde crece el pesimismo negligente. Claro que tuvimos ciclos de optimismo negligente en los que fuimos superhéroes de la economía a prueba de cualquier villano.

El buen periodismo es atenuador de ciclos, tratando de iluminar la economía en su complejidad y destacando los matices. Eso contribuye a desarmar los malones multiplicando los escenarios futuros, y desconcentrando el foco sobre el futuro posible más negativo.

La política económica es también un discurso oral. Consiste en que los agentes económicos puedan explicarse entre sí y coincidir sobre lo que es. Esa es una economía institucionalizada, no provisoria. José Martínez de Hoz, Juan Sourrouille o Domingo Cavallo intentaron construir políticas económicas permanentes, pero fueron transitorias. Y tras los sucesivos momentos conmocionantes que las hirieron de muerte, se focalizaba la opinión en el lado oscuro y crecía la atracción hacia el peor escenario, en escalada hacia los extremos, mientras se insuflaban sin éxito las palabras sanadoras de la confianza y la esperanza.

Batalla de espejismos

Las causas atribuidas a la corrida de estos días van desde la suba de tasas en los Estados Unidos y el Impuesto a la Renta Financiera hasta la crisis de credibilidad en el Banco Central, la rigidez del gasto estatal hacia la baja, una precaria sustentación política y el recálculo de las metas de inflación, entre otros gatillos posibles.

También se podría pensar que la crisis no es humanamente comprensible y que necesitamos una explicación simplificada para poder actuar. Cada uno elige la causa que entiende mejor. Los funcionarios no pueden ocultar la neblina en la que toman las decisiones, por lo que no tiene sentido que simulen que no existe. Sus críticos son rápidos para explicar lo que pasó, pero hacen listados de causas convergentes cuya veracidad es imposible de verificar. Son finalmente batallas entre espejismos diversos, para ver cuál se convierte finalmente en el mundo real.

Pero todas estas batallas entre espejismos tienen costos humanos reales. Son raids destructivos sobre personas y familias: créditos hipotecarios que no fueron entregados, aumentos en las cuotas de los créditos ya otorgados, puestos laborales que se estaban planificando y ya no se ofrecerán, operaciones de comercio exterior que se cayeron y miles de etcéteras que golpean muchas vidas.

Estos heridos y muertos sólo aparecen ocasionalmente en los medios, pues los agentes económicos tienen una representación muy desigual en la voz pública: los emprendedores, los pequeños empresarios y cuentapropistas, los inquilinos, los propietarios de locales, los infinitos eslabones de la economía informal sufren estas corridas como un tsunami sobre su escenario vital. Es posible que estén mejor defendidos quienes forman parte de un sector muy pobre pero organizado en un movimiento social, que la categoría socioeconómica inmediatamente superior, cuya representación es más difusa.

La inflación no deslegitimó al gobierno anterior pues aquel nunca se la planteó como objetivo. Pero sí afecta al actual, porque la tomó como objetivo central. La evaluación de un gobierno se hace sobre la base de los objetivos públicos que ese gobierno se pone. La corrupción no deslegitimaba al gobierno menemista pues no era su bandera, pero fue letal para la Alianza que lo sucedió.

Ahora, la estabilización de las expectativas es la estabilización de las promesas. Por eso, no tiene sentido dogmatizar las herramientas pero sí los objetivos centrales.

Nuestro Hitler actual es la pobreza. Contra eso, no debemos ceder. Los gobiernos tienen que tener convicciones sobre sus objetivos centrales. Sobre las herramientas, vamos viendo.

(Nota publicada en La Voz del Interior, el 20 de mayo de 2018)

Harlem y el periodismo

Los barrios pobres suelen ser atractivos para el periodismo de clase media hegemónico. Cada tanto, los periodistas realizan visitas turísticas de inmersión. En algunos casos se quedan meses, otros van una tarde. Pero generalmente es una mirada externa. Philippe Bourgois no es periodista, sino antropólogo, y se instaló a vivir recién casado con su mujer, durante varios años en la zona más pobre de Harlem. Allí incluso tuvieron y criaron a un hijo.Su objetivo era realizar la inmersión más profunda posible en los marginales de los barrios más marginales, y lo logró. Tuvo acceso a los vendedores de crack y fue parte de su red social. En el 2002 escribió su libro En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem, Pensé que iba a hablar mucho de los medios de comunicación y cómo estos los representan de un forma que podría contribuir a bloquear las pocas posibilidades de salida de la marginalidad.Pero de medios y periodismo hay muy poco. En los relatos que Bourgois consigue, después de su inmersión espectacular, casi no aparecen los medios. Están fuera de los medios, no los tienen para nada en cuenta. El autor apenas explica que lo que llamamos «cultura popular» es un reprocesamiento que hace la academia, la prensa, el cine, la moda, la música, de algunas prácticas rebeldes, que luego son apropiadas por el resto de la sociedad.Es curioso también que «algunas de las expresiones linguísticas elementales con las que la clase media norteamericana se refiere a la autoestima (tales como cool, square o hip) se acuñaron en las calles de la inner city» (p. 38). Quizás una clave para orientar a los periodistas en la cobertura de estas comunidades sea la siguiente: «Debe destacarse que la mayoría de los residentes del Barrio se mantiene al margen de las drogas. El problema es que los ciudadanos que obedecen las leyes han perdido el control del espacio público. Independientemente de sus números absolutos o porcentaje relativo, la población de Harlem que trabaja con dedicación sin consumir ni traficar drogas se ve obligada a atrincherarse y a tomar una posición defensiva. La mayoría vive con miedo incluso con desdén hacia su vecindario. (…). En otras palabras, los narcotraficantes que protagonizan este libro representan una pequeña minoría de los residentes de East Harlem, pero son ellos quienes han implantado el tono de la vida pública» (p.41).

¿Cuál sería entonces una alternativa en las coberturas? Intentar inducir la reconstrucción de la vida pública en esas comunidades empoderando mediáticamente a los líderes y organizaciones barriales más positivas. En vez de ir a describir situaciones de decadencia extraordinaria, intentar visibilizar a los que luchan allí adentro.

El periodismo y las villas

Existe la experiencia mundo villa

Una de las claves del periodismo inclusivo es que existan cada vez más medios y periodistas que produzcan periodismo desde los sectores populares. Es importante que haya una conciencia inclusiva en los periodistas de la clase media y alta, pero lo decisivo es que estén incluídos en el propio gremio de los emisores.

«Concienciados» por la televisión pública nacional de España

El canal público español dedica una semana de su programación a concientizar sobre un tema social (pobreza, infancia, migraciones, salud mental, etcétera). Cada campaña se llama «Conciencia2» y demuestra otra vez más que los medios saben que los medios influyen.

Las villas y los medios

Acaba de salir un libro recomendable. Se llama Curas villeros: De Mugica al Padre Pepe. Historias de lucha y esperanza (Sudamericana, 2010), y es de Silvina Premat, periodista que cubre asuntos religiosos en el diario  La Nación.  

Desde el prólogo, Premat avisa lo que se viene: «Me siento a escribir estas páginas con todo el temor y el temblor de contar una historia de amor que transcurre en medio de una guerra que aún se está luchando y en la que algunos mueren, otros viven y el resto logra vivir» (p. 9).

Y el periodismo es un actor en esta «guerra».

Hay varias menciones directas e indirectas al rol de los medios, los que parecen construir un muro cognitivo que impide conocer a la sociedad villera. Se dice que el periodismo la retrata desde lejos y no es justa la representación que construye sobre ella.

Para empezar, la noticiabilidad está asociada al conflicto. Las amenazas de muerte hicieron famoso al Padre Pepe, de la villa 21-24. Premat escribe que cuando los curas villeros convocaron a una conferencia de prensa para presentar un documento sobre el paco, asistió una tercera parte de periodistas que cuando se produjo la amenaza de muerte, (p. 16). En otro episodio, hace quince años, los periodistas recién entraron a la villa cuando los villeros se defendían con piedras de las topadoras que mandó el intendente Jorge Domínguez. O, durante una huelga de hambre de los curas ese mismo año, se refiere a «los periodistas (…) que velaban por llevarse la imagen de un cura en una camilla hacia el hospital». (p.259)

Del lado bueno, los periodistas también están asociados a la protección de los villeros. Los curas villeros solo levantaron aquella huelga de hambre cuando el gobierno porteño se comprometió ante las cámaras de televisión que no habría violencia contra las villas y que se suspendían las erradicaciones.

Ese bloqueo cognitivo tiene que ver con que las historias de la villa están contadas por periodistas de una ciudad que no considera propias esas zonas urbanas hundidas. Son ocupantes transitorios, en proceso de migración, aunque esos asentamientos lleven en algunos casos más de sesenta o setenta años. El periodismo urbano oficial viaja a las villas, de la misma forma que un corresponsal de guerra en un país en el que no conoce el idioma.

Dice un cura villero: «En general, la gente de afuera piensa que esto es una tortura y que nosotros somos unos héroes, nos admiran y nos dicen: !qué obra la que hace usted padre! Nosotros nos reímos de eso. Para nosotros no es así. Yo no sufro más que los curas de afuera. Esto pasa porque el de afuera no sabe lo que es esto; tiene una imagen creada por los medios y el morbo de todos y se relacionan con esa imagen. (…). Todos los que viven acá son víctimas de ese ideario colectivo de lo que es la villa; algunos no consiguen trabajo por vivir acá o lo pierden cuando trasciende dónde viven» (p. 169).

El libro tiene un anexo muy interesante que reune los documentos del orígen de los curas villeros, en los violentos sesenta y setenta, cuando varios de aquellos sacerdotes fueron demasiado ambiguos o tardíos en la condena a la violencia guerrillera, con los documentos de los actuales curas villeros.

Se percibe en el discurso de ambos momentos históricos la misma preocupación por este bloqueo cognitivo del que los medios son al menos co-responsables. En el documento del 28 de diciembre de 1969 los curas hablan de la «falsa imagen de indolencia y vicios con que ‘los del asfalto’ pretenden cubrir la triste realidad de las villas, para eludir su responsabilidad social respecto de las mismas». (p.274)

En el documento de junio del 2007 («Reflexiones sobre la urbanizacion y el respeto por la cultura villera») los actuales curas villeros dicen: «Vivir en la villa nos hace comprender, entender y valorar la vida en ella de manera distinta a la que se escucha habitualmente en el periodismo amarillo, que parece sugerir que las villas son las causantes de la mayoría de los problemas de nuestra querida Buenos Aires». (p. 276). En el documento de marzo del 2009 («La droga en las villas: Despenalizada de hecho»), dicen: «Ante la confusión que se genera en la opinión pública con la prensa amarilla que responsabiliza a la Villa del problema de la droga y la delincuencia, decímos claramente:  el problema no es la Villa sino el narcotráfico». (p. 281)

En este documento los sacerdotes proponen una solución para el desastre de las adicciones, que debería ser tenida en cuenta en nuestros criterios de noticiabilidad periodística:

«Nos parece que se trata principalmente de crear ámbitos de contención y escucha de nuestros niños, adolescentes y jóvenes -en este sentido no es menor todo lo que se haga para fortalecer a sus familias-. Ámbitos de recreación y de construcción de un proyecto real para su vida. (…) Muy unido al tema de consumo de droga, tal vez como una de sus grandes causales está la falta de sentido, de un horizonte hacia el cual caminar. El aburrimiento, el tedio, el no tener qué hacer, van minando la pasión por la vida y donde no hay pasión por ella, aparece la adicción. El gran trabajo de prevención nos parece que tiene que tener como eje el mostrar que la vida tiene sentido. Por eso nos parece que las adicciones son principalmente enfermedades espirituales, sin negar obviamente su dimensión biológica y psicológica». Citan un documento de la Conferencia Episcopal Argentina que ratifica esto y nos puede ayudar como periodistas: «La deuda social es también una deuda existencial de crisis de sentido de la vida: se puede pensar legítimamente que la suerte de la humanidad está de manos de quienes sepan dar razones para vivir». Y siguen: «El sentido de la vida se adquiere por contagio, los valores se descubren encarnados en personas concretas, por eso, la importancia fundamental de generar en nuestros barrios líderes positivos que puedan transmitir valores vividos por la fuerza de su testimonio».(p. 284)

¿Cuál sería la receta?: «El primer paso es acercarse a los chicos, no esperar a que estos golpeen las puertas de las instituciones. (…). Este primer paso es acercar el corazón. Corazón que se acerca es corazón que se ve y se deja tocar por este doloroso grito y por eso se pone a su escucha. El hábito de la escucha no es algo común en nuestros días y es esencial para un verdadero encuentro. (….). Acercarse, caminar los barrios, escuchar, encontrarse es el primer paso imprescindible». (p. 287)

Los niños y adolescentes villeros sufren también la agenda  y las imágenes que construimos desde el periodismo: «Hoy vivimos la cultura de la imagen. Si esto se logra en gran parte se adueñan de nuestra vida. (….) hay una responsabilidad grande de los publicistas y de los medios de comunicación en general, valga como ejemplo este verano (por el último): por un lado la propaganda de una bebida alcohólica en la playa que al parecer era sinónimo de plenitud y alegría, por otro lado la realidad de la violencia como consecuencia del exceso de alcohol en muchos jóvenes en la costa. Tal vez esto sea una llamada de atención para que veamos que como sociedad estamos dejando muy solos a nuestros adolescentes y jóvenes. No les enseñamos qué hacer frente al aburrimiento, la tristeza, la bronca o la soledad, etc». (p. 288)

También Jorge Fernández Díaz escribió una magnífica nota sobre el tema: «El párroco de la calle de la muerte«, en La Nación del 23 de abril del 2009.